Patriarcado capital

 

Esto que sigue es simplemente una reflexión en voz alta con ánimo de mover mi conciencia. Para ser del todo preciso voy a escribir desde este momento en femenino.

Somos nosotras las que nos llevamos la peor parte, no hace falta más que sentarnos unos minutos frente al televisor y contemplar el bombardeo ideológico incesante. Debemos comprar alimentos que adelgazan o no engordan, bajos en grasa, otros que nos ayudan a ir, echarnos cremas en nuestra piel ajada, y añadir luminosidad a nuestro pelo apagado, sonreír como el gato de Cheshire y danzar a pesar de nuestro dolor menstrual, y como  seres que olemos (debe ser que bastante por la cantidad de anuncios dedicados al tema) aplicarnos desodorantes que no manchan, y compresas que no dejan escapar ningún efluvio. En un noventa por ciento de esos anuncios se encargan de explicarnos que somos imperfectas, y que debemos añadirnos o tomarnos o untarnos algo para no serlo. Meta inalcanzable y absurda pero plenamente introducida en nuestras cabezas.

Vivimos en un patriarcado capitalista, en el que nos han engañado diciéndonos que el machismo ha muerto, estos dos conceptos se fusionan en una armonía perfecta. Este sistema se basa en crear mujeres enfermas, insatisfechas, a las que desagrada su cuerpo, y que necesitan productos para curarse. De eso se encarga una industria mayoritariamente en manos de hombres.  Es perverso, pero brillante.

Desde pequeñas se nos va introduciendo en el entramado, no hace falta más que entrar en una tienda de moda y observar la proporción de ropa para niñas respecto a la de los niños, se nos ejerce una presión temprana: principalmente nos prestaran atención por la estética y lo que llevamos. Una presión a la que se le denomina violencia de género social y con ella, de la mano, está la institucional, pues las instituciones no velan por la salud de las ciudadanas aceptando y no luchando contra estos comportamientos.

No he hecho una encuesta, pero apostaría mucho porque casi todas estamos en mayor o menor grado insatisfechas con nuestro cuerpo por más ocupadas que estemos en satisfacer los modelos estéticos. Esto riza el rizo, el tiempo dedicado a intentar alcanzar ese ideal se desperdicia en no ocupar otros espacios, entre ellos los de poder. La mujer debe ser bella, buena, y cuidar de los demás, además debe sentirse insegura y con la autoestima por debajo de la del hombre. Una mujer demasiado segura fuera de “sus ámbitos” es sospechosa, se le mira mal, se le critica doblemente, por no estar ocupándose al cien por cien de su parcela. El hombre en cambio es mucho más libre, si “ayuda” en casa será triplemente un santo varón, y no debe dedicar su valioso tiempo en comer fibra y bailar sobre la encimera de la cocina con una cuchara de palo en la mano, infantilizando aún más la figura de la mujer.

Por último me gustaría terminar un poco optimista. Depende mayoritariamente de nosotras que esto cambie, pues el que está arriba nunca en la historia ha dado el primer paso, debemos empoderarnos, des-construir la sociedad desde dentro, primero individualmente, desde cada una, y luego colectivamente (aumentando la conciencia crítica, promover distintos conceptos de belleza, denunciando a las instituciones…), no es fácil, ninguna lucha lo es, pero si no empezamos hoy, ya, ahora mismo, nadie lo hará por nosotras.