La mirada de los viajeros

Me gusta ser viajero para intentar asombrarme,entre los espejos que fueron esquinas, entre los escalones que surgieron de un mapa en blanco. Seguir siendo yo, y no escapar de mi vida, seguirla por calles recién descubiertas, acompañado por mi media conversación, y dirigirnos sin el rumbo calibrado a donde quieran nuestras piernas incansables. Tal vez a ratos convertirse en turista y guardar cola para ver un museo imprescindible, o comer una bazofia fotocopiada en el lugar en el que todos se sientan, pero en todo momento creerme diferente porque son mis ojos los que ven por primera vez aquella escalinata ,o esa fuente, que a veces decepcionan.

El buen viaje parte del asombro y hasta lo común se puede convertir en especial, en un tranvía repleto de personas podemos posar la mirada en alguien o algo que es ajeno a la marabunta que lo aplasta todo, una ventana al otro lado de la calle sobre un palacio señorial puede abrirse para que una mujer sacuda un mantel, y una pared llena de antipoesía y antibelleza al otro lado del salón que vemos nos hable de que las personas podemos repartir magia a otro ser que nada tiene que ver con nosotros. Una pared con postes de futbolistas hacen tambalear cualquier escenario. Me giro y nadie ha visto lo que yo, y me asombro aún más. Y me imagino la ciudad como una montaña de conchas marinas, unas con vida dentro, y otras vacías. Y a los que las miramos, como gaviotas picoteando y volteandolas. Y mi imaginación de nuevo  se expande para que esos días de ojos abiertos iluminen con su luz la ceguera de los dias de ojos cerrados, en los que se convierte a veces la vida del día a día.

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