Llamada de auxilio

Los sueños son irreales, al menos eso nos asegura nuestro entendimiento parcial del mundo, pero no lo sabremos hasta que no despertemos, la imaginación es la principal fábrica de paradojas, nos atrapa entre sus entresijos, para lo bueno y lo terrible el universo es un caos  posiblemente predecible, si conociéramos todas sus infinitas variables, estoy andando por la calle como una mujer de este tiempo convulso, en el que muchas libertades han cambiado, y los peligros son los mismos con diferentes envoltorios, llevo a mis espaldas el miedo y el síndrome de la impostora, aparentemente nadie me obliga en mi vestimenta y en mi manera de comportarme, y esta mañana creyendo que era yo la que dudaba pregunté a los miles de ojos que me mirarán hoy, entre ellos los de otras mujeres, yo también miro y decido mi opinión según aquello que me fueron introduciendo disuelto, desde el  primer biberón, que sé que era rosa, mi madre aún lo conserva con otros adminículos de mi tierna infancia en una caja de cartón en el altillo del armario empotrado. Mi existencia debe ser un sueño, por lo tanto la consideraría como no real, aunque para saber si estoy en lo cierto debería despertarme, si estuviese errada no lo lograría saber nunca, no se producirá el despertar anunciado, además cabe la posibilidad de que el sueño se prolongue tanto, o que el tiempo se mida diferente en los dos planos, que una pequeña siesta en la vida real pueda equivaler a una vida entera en este otro mundo en el que supuestamente me hayo. La pregunta la respondo como afirmativa, tengo derecho a explicarlo como más me guste, duermo, dormimos, lo que veo, oigo, huelo, toco, no es real, es imposible que esta vida sea como yo la veo sin pasarla por los filtros del autoconvencimiento que nos inculca la sociedad. Aunque, contradiciéndome, por otra parte habría sido imposible imaginarla, tal cual es, hasta su última partícula de inconsistencia, su último tornillo que lo une al escenario, así que podría tratarse de otro estado de la conciencia del que nadie aún ha hablado. Siguiendo con la forma de como me siento hoy, aturdida, sin ganas de luchar, sin fuerzas para afrontar esas miradas, las frases que casi siempre escucho impertérrita e incluso sonriendo, ¿me estaré imaginando saludar a una amiga desde lejos?, le grito tengo prisa, esta tarde te llamo y hablamos, es mentira, luego se me olvidará adrede, pero son esos convencionalismos, nos obligan a mentir y a la otra persona sabiéndolo seguir con la farsa, un día hablaremos, cuando no tengamos más remedio que hacerlo, o expondremos nuestros monólogos, es una relación de ese tipo, la conocí en el mismo trabajo al que debo entrar en media hora, a ella la echaron cuando se quedó embarazada, me llamó, nos tomamos un café, lloraba sin parar, me dijo que se encontraba sola, abandonada, sé que le ha mejorado la vida, al menos en el sentido económico, le he visto buen semblante, no ha debido torcérsele, yo la consolé cuanto pude, le dije que deberíamos denunciarlo, no quiso, no me dio más explicaciones, me usó para desahogarse, no conseguí convencerle, luego supe el porqué, el niño tendrá ya cinco años, cómo pasa el tiempo, el hijo es del jefe, el más capullo de la empresa, somos tontas o queremos hacérnoslo, nos conducen a la infantilidad y de repente debemos ser las únicas adultas del mundo, dejó a su mujer unos meses después y se fue a vivir con ella, la echó del trabajo por el qué dirán, tuvo que elegir su trabajo o ser madre, no sé si ni siquiera eligió, me horripila la situación, ojalá le vaya todo bien, por su apariencia podríamos decir que sí, temió que en ese momento tan vulnerable yo la juzgara, necesitaba un paño de lágrimas, no me enfada, yo la consolé como era mi obligación y eche pestes sobre la empresa y el director, ella debía encontrarse de verdad mal, eso es lo importante, todos nos mentimos, y luego nos dejamos llevar por las circunstancia, a qué vienen los remordimientos, ella no lo hizo por maldad si no por vulnerabilidad, pero la compadezco, aunque no me guste el sentimiento, me hace parecer engreídla, me eleva sobre ella, aún así la compadezco. Son los convencionalismos y las normas sociales, el que sobre nosotras se lance la responsabilidad categórica de la maternidad solamente por ser parideras es terrorífico y a la vez evitable, pero son millones o miles de años desde que a alguien se le ocurrió que nosotras seriamos esclavas y siervas de nuestros hijos e hijas por haberlos llevado nueve meses en el vientre. Yo tuve dos madres, no eran dos mujeres como todo el mundo cree cuando lo expreso así, mi madre es un hombre, y la madre que me parió lógicamente una mujer, a la hora de cuidarme lo hicieron con amor, paciencia, firmeza, perseverancia, normas bien delimitadas, ninguna renunció más a su trabajo que la otra, ni en casa advertí diferencias de género más allá de las biológicas, yo siempre las sentí como dos madres y me encanta recordarlo así, quizá exagere desde mi interior que tuvo la sensación de niñez materna, mitificándolo, y no fue tan idílico, se lo he dicho a ellas y le hace gracia sin más, no están totalmente de acuerdo pero me dijeron que aceptaban mi punto de vista, les parecía plausible, mi madre hombre no se enfadó como es natural en él, me abrazó y se le humedecieron los ojos, lo  tomó y lo sintió como un cumplido. Ninguna de las dos se ajustaba a los roles aceptados, así que se les puede dar el nombre que se le quiera como cuando se descubre una estrella. Atarse a un mastuerzo debe ser liberador por el lado de la seguridad, al menos a priori, te han inculcado que sola no eres nadie, no te encuentras entera, y te conformas con el primero, el segundo, el tercero, según lo exigente que seas, que te hace caso, o tú crees que te hace caso, dejamos el futuro de una sola vida a la suerte de acertar con el mastuerzo menos malo, es terrible, algunas entran en el infierno directamente, por no comprender que mejor solas, incluso indigentes, mejor como yo, aunque me miren desde arriba, yo me río de su condescendencia, eso no quita que me asalte cuando menos lo espero el complejo de impostora, de no estar haciendo lo que debiera, tengo temor a quedarme sola, ¿no lo estamos todas?, pero como nos insisten tanto a veces me entran las dudas, sin embargo yo me doy fuerzas con este pensamiento que repito como un mantra: todas nacemos y morimos en la más absoluta soledad, luego me arengo, sonrío, soy bastante libre dentro de lo que cabe, me enorgullezco de ser autónoma, lo que conlleva el efecto secundario de la soledad, quizá me critiquen a mis espaldas, sin quizá, pero como no lo hacen de frente me importa un bledo, nadie va a vivir mi vida por mí, si es un sueño nadie se despertará en mi cama, ni dentro de mis sensaciones en la mañana en la que se me pegarán las sábanas por no querer reconciliarme con el amanecer, ni retozará con el tiempo extra mientras el sol también remolonea mandando sus rayos anaranjados antes de atreverse a salir de nuevo, nadie sabrá como camino hacia el trabajo ya despierta, ni como vivo una vida real o sueño, o lo que sea, nadie la vivirá por mí

Me encuentro en mi mundo, dentro de estos pensamientos disfuncionales, como yo los llamo, qué difíciles son de transmitir, si supiese escribir le daría vueltas a las palabras hasta que alguien me comprendiera, a veces me preguntan y les digo que no pienso nada, cómo traducir en palabras aquello que se parece más al tiempo meteorológico, a una tormenta, al caos de tamos en una tolvanera, se me ocurren únicamente metáforas sobre el desorden, podría dar la impresión de persona con un mundo interior caótico, no es así, yo soy bastante tranquila, no tiene nada que ver, también a veces mi pensamiento es plácido aparentemente, veo ante mí una pintura, por ejemplo de Velazquez, y se detienen las ideas junto a mi mirada y solamente siento, me gusta disfrutar también de los paisajes, es la única manera de convertir las ideas en un mar sin mar de fondo, alinearlos con lo que observo para digerirlos, pararme en la infinitud de la belleza, en la envidia del virtuosismo, en que no seré capaz nunca de producir algo tan excelso, entonces esa destrucción, ese golpe duro, como de un puño en el pecho me despierta y me convierte en vida, solamente existe una razón para vivir, es mi obligación, como la de cualquier ser vivo, la obligación es una sacudida, la necesito, pienso que todas las necesitamos, sin ella nos perdemos en los segundos que desaparecen en la nada, una vez encaminado el sentido me reconvierto en alguien que puede parecer normal y que no está preparada para la monotonía, qué necesita un apocalipsis para mantenerse cuerda. 

Me cunde andar pensando en lo estruendoso de un problema que se extiende por el mundo, la gente aún tiene miedo de la gente, pero pronto pasará, y nos acercaremos a veces demasiado, y se nos olvidará, y no habremos aprendido, y la historia se repetirá, estoy ya enfrente del trabajo, colocándome la mascarilla, la pandemia esta a punto de terminar, o eso esperamos, todavía no es fácil desbaratar un hábito que a mí al menos me gusta, alejarme lo suficiente de las personas para observarlas, sin escuchar los alaridos de las conversaciones que se usan para tapar el vacío existencial, la gente grita y grita, suelta lo que tiene que decir, que generalmente es una repetición de algo que acaba de escuchar sin macerar, somos cotorras que subidas a nuestro árbol saltamos con un eco corpóreo desligándonos de nuestros deseos quemándonos en la pira colectiva del alboroto para no pensar, hoy me siento peor que días atrás, ahí está la entrada fantasmal, traspasarla me produce ansiedad, lo hago de lunes a viernes, todas las mañanas, más allá se encuentra el portón lisérgico de Alicia en el país de las maravillas, elijo siempre la misma puerta de la sala de las puertas, y tomó siempre de la misma botella, me espera como una droga amiga, no sé si lo hago conscientemente, es preceptivo que las mujeres mengüemos en nuestras aspiraciones para conseguir entrar en el mercado laboral, es una más de las verdades que me rondan la cabeza, las lecturas producen marmolados de realidad o de sueños, el caso es que hoy estoy peor, no logro encauzar la mirada hacia el lugar donde me aseguraron que siempre se encuentran las no explicaciones, los no caminos.

Allí está la mesa con el brebaje, lo veo claro, tal vez mi cerebro ha decidido que a partir de hoy sí seré consciente y pediré ayuda, pondré de mi parte para encontrar el camino a la realidad, si esta existe, en una pequeña plaza en el patio de la fábrica con columnas, hay un velador de caoba, sobre él varios frascos conteniendo bebidas, y pasteles pequeños de diferentes sabores, bebo del frasco que dice bébeme, decrezco, con todo el significado introspectivo de esta palabra, me desnudo de autoestima, y paso por la puerta que dice atraviésame, todo transcurre según el guion previsto, nada nuevo salvo la claridad con la que lo afronto, entro y los  cipreses que jalonan el pequeño patio vestíbulo hasta la entrada parecen reírse desde las alturas. 

La mesa en la que me coloco está justo en la esquina desde la que se divisa los talleres, somos varias mujeres las que nos encargamos de la contabilidad y la burocracia, se fabrica maquinaria pesada, nunca podría subir a la silla, y para qué serviría, tendría luego que alcanzar la mesa, por eso comienzo a buscar una manera para llegar a la mesa directamente, de pie sobre ella revisaré los papeles y haré las comprobaciones necesarias, siempre me llegan con errores, sobrecostes que tengo que cuadrar como sea, dinero que se pierde, salta de manos negras a manos negras, transportado por un tren de lenguas oscurecidas a causa de dar lametazos con su genuflexiones previas, un submundo de gente asquerosa que al parecer forma parte del entramado que mantiene nuestro mundo imaginario en pie, y no nos importa, es el que habitamos, por el que luchamos, y que generalmente no queremos que cambie pues lo sentimos como tradición, son ordenes y a ella debo atenerme si quiero seguir en mi puesto de trabajo, y aunque nadie me lo dijo abiertamente, si quiero conservar mi vida, tengo que llegar, todos los días lo consigo a pesar de las dificultades, no puede ser esta mayor que las demás, aunque sea la más real con la que me he enfrentado, no puede ser la realidad peor que la imaginación colectiva, loa dictada por la sociedad, me desplazo por la sala, me doy cuenta que la pared de ladrillos vistos es asequible para una mujer de mi tamaño, no fueron construidos con mucho mimo y sobresalen irregularmente, los podría usar como escalera, practiqué la escalada, aunque hace mucho, debería servir de algo, estoy enfrascada en la ascensión, escucho a las demás mujeres sortear sus propios obstáculos, muchos compartidos con las demás, los menos son individuales, pero hay que dejar que cada una se crea única para poder aislarla con más facilidad. El ruido del taller se filtra por los cristales supuestamente insonorizados, no consiguen mitigar completamente el golpe del hierro contra el hierro, me sirve de ritmo, es la banda sonora de una ascensión épica, me está gustando la realidad, por fin consigo encontrarme como son las cosas, el romanticismo me ha estado colocando lodo bajo mis pies, suelo blando de falsas apariencia, de sueños inventados, no ya por otras, si no por otros, para mantenernos tontas y serviles, necesitar a un hombre para estar completa, que se hinque de rodillas con una parafernalia de cuento infantil para darte el anillo, la primera argolla con la que enlazarte a la mazmorra de tu propia inclinación a sentirte obligada a que él esté feliz a tu lado, la realidad al menos se la afronta con todas la inseguridades necesarias, porque ese ladrillo quizá no sobresalga lo suficiente para que mi pie no resbale, debo observar antes de separar la mano de un agarre para no equivocarme, sería una caída terrible, no sé si mediré cinco centímetros, estaré a un metro de altura, sin red, con un suelo gris de losas pulidas por el tiempo esperándome, me embriaga el deseo y las fuerzas y el miedo, y el ruido de fraguas infernales, conforme me acerco la ansiedad se va apoderando de mí, no me comprendo, ahora que veo con claridad, y sé lo que me produce entrar aquí, ¿por qué no he huido?, una fuerza superior me está dando fuerzas y alegría, ya no es un sueño, soy yo y quiero hacer lo mismo que todos los días pero posicionándome de frente, intentar que los demás me vean así, de este tamaño, en el mundo imaginario nos adaptamos al contexto, en la imaginación caben religiones, ideales, patrias, la sociedad con su impertinente no por respuesta, susurros de alguien que te recrimina tu peso frente al espejo, que se ríe de tus arrugas, de tu pelo poco cuidado, de las uñas comidas, que te pregunta si es que no duermes, te ve ojeras de más, sin embargo para el real nadie nos ha preparado, todos esos complejos, las voces de los demás no existen, aunque por algún motivo parecemos necesitarlas. Me encuentro a la altura de la mesa, me balanceo, me agarro con la mano derecha, después con la izquierda, suelto los pies del sustento dando un pequeño salto, levanto a pulso mi cuerpo, paseo sobre los papeles, ¿habrá sido una mala idea?, no conseguiría levanta ni aquel pequeño lápiz gastado por el sacapuntas, diviso la fábrica, me siento a pensar, casi nunca he observado lo que ocurría dentro, es esperpéntica, grosera, inhumana, violenta, tubos de metal chocan entre sí para doblar planchas y darles formas diversas, los hombres me parecen pequeños ridículamente pequeños, embutidos en uniformes de botas sobredimensionadas, con escafandras para pasear por la luna, miran desde cristales ahumados, doy un giro sobre mí misma, se me ha ocurrido algo, hay un rotulador abierto, apoyo los zapatos en la punta húmeda, comienzo a pintar la mesa andando sobre ella, toco con las manos y ayudo a completar la obra a cuatro patas, me la imagino a vista de pájaro, intento comunicarme con pictogramas, por si una civilización que nos divise desde arriba escuchara mis plegarias, sacadme de aquí, les pido, llevarme a vuestro mundo, nadie parece contestar, la realidad no es demasiado clara en estos aspectos, lo que ocurre ocurre, y no se presta a interpretaciones, es dura, no me extraña que nos escondamos. El deseo comienza con la mirada, la realidad nos llega después cerrando los ojos para ver con otras partes del cuerpo, sentir, besar, tocarnos con la boca palmo a palmo, los cuerpos se hicieron para friccionarse entre sí, no para embutirse, ni ser escondidos tras la ropa, ermitaños, ni ser lugares prohibidos, ni sitios escondidos, luego viene el consumo, el compartirlos a cambio de algo, de dinero, de compañía, de promesas…no consigo desear en este mundo real porque me encuentro sola y la ayuda no aparece.

Camino lateralmente, con las suelas de los zapatos llenos de tinta, intento  dejar un marco ancho a lo que he dejado dibujado sobre la mesa, lo englobo varias veces trenzando imaginariamente los trazos, al menos es lo que pretendo, un trampantojo en el que se comprenda un estado vital, debo bajar ya, no tengo más que hacer aquí, quedará una media hora para que grite la sirena de salida, me da más pánico aún que ascender, la mesa es muy alta, las demás mesas conforman un bosque de patas de metal que se entremezclan con piernas de mujeres, no distingo las unas de las otras, quizá mi miopía esté galopando o sea consecuencia de mi estatura, los cables de los ordenadores, de las lámparas, se enmarañan sin un sentido, me desconciertan, es un lugar horrendo, en el que la estética se deja para los documentos firmados y mostrados oficialmente, es una fábrica de ocultar, oculta en la trastienda, los golpes prosiguen, las láminas de metal se doblan y se conforman en piezas, no sé si estoy orgullosa de haber plasmado mi realidad sobre la mesa, alguien la verá, es lo que pretendo, y mandará borrarla a una limpiadora que con algún disolvente la destruirá incluso de la memoria, yo tampoco lo recordaré, eso me temo, ¿seré víctima de la imaginación?, ¿del despertar?, pero debía hacerlo, lo sentí como una obligación, la de imaginarme un mundo y enseñarlo a los gigantes, podría ser un primer paso, o al menos un bálsamo para mi conciencia, ya no tendré ese dolor extremo, esa agonía de estar lejos, al menos lo he visto, he conseguido codearme con lo real, cuando me vaya volverán las aguas a su cauce y me quedará solamente el dolor sordo de un recuerdo, al menos habré tenido un momento, ese anonimato de esta gran sala habrá sido traspasado, podré regodearme, sentirlo, que a pesar de mi pequeñez observé a lo lejos, y dibujé con mi cuerpo. 

Salto a la pared, bajo sin mirar la altura, tardo menos de los esperado, el suelo me espera duro pero fiable, las mujeres se levantan de sus mesas, tengo cuidado, marchando cerca de las paredes, de que no me pisen, me espero a ser la última, me dirijo a la mesa de los pasteles, aparto el letrero que dice cómeme, engullo el  trozo de tarta de queso en el que estaba ensartado, poco a poco, paso a paso, recobro mi volumen, ya puedo codearme con los demás en el mundo de la mentira, pero no quiero, sigo mi camino sobre la acera intentando esquivar cuerpos y miradas, vuelvo a casa, otro día más de trabajo, el mañana tendrá obstáculos nuevos y los mismos de todos los días, ahora, la acera gris, la cama pequeña, el cuarto oscuro, la nada, la opresión, sobre la mesa, pintada no sé por cuanto tiempo, una llamada de auxilio, una luz roja desde el fondo en el que me hayo, camino conmigo, herida, ausente, insípida, no sé si entre sueños irreales o un despertar que me muestra lo mismo para asustarme y hacerme saber que no podré escapar, converso con las imágenes de los escaparates, mis zapatos aún manchan de vez en cuando la acera, como si dejara marcas a alguien que quisiera seguir mi camino, esperaré sentada en mi cama, mirando desde la luz blanca al poco espacio que abarca la ventana sucia, y soñaré de nuevo con la realidad, sola como lo hice siempre…,esperando gritar, esperando auxilio, de momento cayada, atrapada en los pensamientos recurrentes, el cielo no existe, nadie mira desde allí arriba, somos demasiadas aquí abajo…,en este pozo profundo.                                                       

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