Estamos depredando la tierra hasta su última esquina por una idea que el capitalismo nos regaló, nos engañó con ella, prometiéndonos la felicidad eterna, era la democratización del consumo. Es verdad que todos la hemos aceptado a manos llenas, incluso los que menos tienen. Consumimos sin necesitar, deseamos hacerlo sin un porqué. Aparte de los productos de primera necesidad, siempre existen cosas que nos podemos permitir a costa de lo que sea, alcohol, tabaco, azúcar, cocacola, otras drogas, objetos variopintos que sirven para necesidades creadas, a veces justo al verlos… Todos, pobres y ricos trabajamos, pedimos, robamos, para repletar nuestra vida de objetos banales, unos entra en el juego más que otros, esa es la verdad, incluso lo no material es ya un bien consumible de usar y tirar, como por ejemplo el turismo, que para no ser material es uno de los mayores emisores de dióxido de carbono, de derroche de agua, y de producción de objetos que todos traemos de vuelta para llenar nuestras casas de lo que algún día será basura. Se estima que la producción de dióxido de carbono procedente del turismo es equiparable al del parque automovilístico mundial.
Lo que hemos ido perdiendo, cediéndolo a cambio de las promesas de la eterna sonrisa, es la propiedad del tiempo, siempre con la sensación de que nos falta pero nunca planteándonos cual es el motivo, lo hemos abandonado en acciones fútiles y tontas que solamente nos hacen dormir el sueño de la apatía por la realidad, lo más irritante es que gran parte de las horas del día la dilapidamos en ganar dinero para consumir aquello que nos han vendido como que lo necesitamos, por ejemplo en un viaje express para desintoxicarnos del estrés, entonces viajamos rápido, hacemos la foto en el lugar obligatorio, con la pose estipulada y la sonrisa necesaria. Repetimos una y otra vez la queja mientras nos desplazamos al trabajo, andamos frenéticamente por una acera atestada de prisas, entrando en el bucle de los días que nunca volverán y que recordaremos todos iguales, repetimos no tenemos tiempo, pero sí lo tenemos para repetir la frase, y lo que es peor, nos sobra para mantener la sensación amarga de estar detenidos hasta la muerte, no tenemos tiempo para usar la imaginación o la fuerza, o buscar lo que sea para luchar contra la dictadura establecida. Nuestros padre y madres, abuelos y abuelas, que no disponían de coches para desplazarse rápido al lugar del trabajo, de lavadoras, lavavajillas, que tenían más hijos e hijas, que ganaban menos proporcionalmente ¿por qué no se quejaban tanto de que les faltaba el tiempo?
El turismo se inventó por la disponibilidad de tiempo, comenzó a sobrarles a las altas capas de la población, comprado con dinero hurtado, tal vez los primeros, una familia inglesa que se marchó varios meses a Grecia, o a Italia. Los demás ricos secundaron la buena idea, y se llenaron los lugares elegidos de casas de vacaciones y locales de comida y bebida, y toda clase de ocio. En la que unos pocos se enriquecieron con el trabajo mal pagado de la población local, a costa de modificar la geografía urbana del sitio elegido para que se pareciese al de procedencia pero con sol y precios más bajos. Si se hubiera democratizado el tiempo a la par que el consumo, si nos hubiéramos dado cuenta del engaño antes de habernos enganchado en esta drogadicción, la gente viajaría de verdad, saboreando los lugares, viviéndolos, interaccionando positivamente con los pobladores del destino, con un reparto justo en lo económico y lo cultural, y no depredándolos medioambientalmente. Como el invento sabía a poco, se quedaba corto, eran un numero limitado de personas que podían cambiar la moda e irse a otro lugar, estos que se imaginan las necesidades de los demás se dijeron, y si la mayoría de las personas pudieran permitirse consumir los lugares, los espacios, las cosas, las culturas, démosles la oportunidad de creer que son libres para decidir, que ya no son esclavos, regalémosles la creencia de la clase media, que por disponer de lo que se le ha prometido no está sumida en la oscuridad del infinito, que dispongan del dinero justo para mantener la rueda, el tiempo justo para alimentar el fuego de las calderas, convirtamos en parques temáticos las ciudades, los pueblos, las fiestas, hagamos que la historia se detenga en estos núcleos elegidos y contemos con bonitas frases, como si fuesen cuentos, lo que el pasado nos ofrece.
La siguiente revolución, tras la del feminismo a la que aún quedan siglos si todo va bien para que la veamos triunfar, será la del tiempo, a la que le quedarán milenios. Desde que el humano se asentó allá por Mesopotamia, el tiempo nos ha sido poco a poco hurtado, la desigualdad se ha ido extendiendo transversalmente, por tanto es difícil cambiar el movimiento que durante estos dos últimos siglos ha aumentado su velocidad. Primero sería detenerlo, y antes de eso darse cuenta del problema, todos los errores están imbricados y desembocan en la depredación absoluta de la tierra, nuestro único y precioso hogar.
La tranquilidad, la pausa, el masticar, rumiar, observar, detenernos, pensar, saber estar con nosotros mismos, ser amigos de nuestro yo, vivir, vivir y advertir deleitándonos de que lo estamos haciendo…