Tengo la costumbre de, cuando me noto desmoronar,
abandonarme hasta tocar fondo para impulsarme con los pies
flotar entre aquella niñez extraña, en esa breve niñez
que dura una vida aunque el viento sople nadie,
en esa dulce bondad que los años construyen
soy un jilguero de escamas brillantes, impermeables
que canta entre las algas y da giros entre las espumas,
después de que mis manos buscaran hormigas
no he aprendido gran cosa, a soñar en la norealidad
a surcar la vida como un pecio semihundido
ensayando lejos de las relaciones humanas
para sentirlas dentro que es donde las llevo,
horadar los montes de aflicción
cotejar los futuros que nunca llegan
despistarme entre el presente hosco
con esa luz iridiscente de miedo,
pero siempre siempre encuentro mi fondo
donde espero a la fantasía, ese mundo mío solo
sentado en la roca de salitre y musgo
corriendo por los valles de corales y precipicios
tomándome de la mano porque aun así soy un ser feliz.