El dolor te acompaña.

El dolor en poco menos de un segundo brota
y lo tratas con dolor, con el máximo desdén
creyendo que no es enteramente hijo tuyo
es una borrasca adolescente que se encuentra de paso,
déjalo, o no, unos días, y se sienta donde tú te sientas
y duerme donde tú no duermes,
hasta habla lo que no terminas de pensar,
trae amigos, angustia, pesimismo, invisibilidad…
son tantos que dejan poco espacio para tu esencia,
el tiempo tiene esa mala costumbre de transcurrir
sin dejarnos opinar, y peregrinas sin advertirlo
estás tan dentro agitándote en una lucha silenciosa,
las veces que emerges tú de entre el dolor
es para buscarte en las fotografías que guardas en los cajones
en las miradas que solían reflejarte, en los recuerdos
de cuando tus pensamientos eran libres y no lo sabías,
pero entre las sombras vas creándote otra forma de existir
tenue y desgarrada, alejada y escondida, deshecha
y aparentemente silenciosa,
la queja se ha aburrido de asomar
y tu semblante serio se consume tras la máscara
la mañana que te levantas y se ha marchado
te encuentras con la más profunda soledad
y entonces la amas tanto como no amas la compañía,

sales a la calle a olvidarte de ti
no sabes cuánto durará este estado
pero ya no entiendes otro.

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