Seguiría esperando con la mano hueca
comprobando si el orvallo es fresco o cálido
si viene de abajo, si viene de arriba
detenido en la espera, en aquella esquina
contando transeúnte triste, transeúnte resentido
diciéndoles adiós con la mano, como si los saludara
y ellos ciegos, sordos, y mudos,
fantasmas que desde su hogares cómodos
salen a vagar, caminar las aceras, correr con el desanimo
de los perdedores que desprecian el sufrimiento,
y él, feliz dentro de su agonía, nada es peor que el infierno
le dirían los que pasan si le supieran hablar,
él sabe que no, que el infierno en este lugar somos nosotros,
nos dejamos andar, nos dejamos gastar, nos dejamos…
somos homúnculos tristes de carcajada,
bichos de atolondramiento cómodo
sacos de razones y ninguna jugosa,
vertidos de voces al aire que es opaco.