¡Ay!, que malito estoy, y cuanto me quejo.

 

No consigo luchar contra la enfermedad

aunque me mantenga erecto por orgullo,

me dejo guiar por la calentura con su imaginación

de túnica oscura que todo lo resguarda,

y nada, siquiera el futuro importa,

la sensación de un cuerpo roto

al que dejo de querer como transporte

me entretiene frente a un espejo arrugado,

y creo que hoy será la última batalla

a la que a veces me rindo y otras le toso.

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