Sartre alégrame el día,
con la mirada que levanta
la niebla
abre la puerta al laberinto
y sitúame en el punto
que me pertenece,
el centro instaurado
para apoyar el punzón
fabricante de la circunferencia,
desde esa genuflexión
me figuraré enemigo
amigo a partes iguales
de la muchedumbre
y el individuo,
entre esa pelea compondré
mi personalidad
con el carácter heredado
y abriré en domingo
las contraventanas
a la plaza,
allí estoy, andando
entre la gente
con ese caminar a saltitos
y esa pequeña boca espejismo
riéndome de mi violenta calma,
el escenario que contemplo,
gracias Sartre,
es tan poderoso,
que los pequeños sueños
desaparecen entre manadas
de gruñidos,
cuando me fui a acostar
deje pastando una masa
de manos gesticulando,
me saludaban,
yo las despedía.