Debemos vivir en países de idílica realización personal cuando nos gusta levantar problemas sin haber callado a los antiguos.

 

 

Todos corren al mercado, a la plaza

a danzar bajo las sombras de mástiles,

enrollaron el romanticismo

y se lo están fumando

ríen y sollozan con estremecimientos exagerados,

 

la silla se ofrece como una caléndula

la reina en el interior de una cueva

compra seda a un mercado de plástico,

los pies sobre el cinturón de acero

apoyan su inestabilidad en las vallas

que despliegan los humanos

armados de sentimentalidad,

y el colmo de vulgaridad es la bandera

y el canto amargo con atisbo de violencia

y la rosa que deleita con sus espinas blandas

al arrollador vocerío de la masa hostigada,

 

el trémulo impulso de alguien que camina

y solamente quiere cruzar la calle

sin una posición encontrada con nadie

es mal visto por las hordas

que esperan sus contrarias

apostadas en la ribera,

este alguien se esconde de su no posición

de su anodino caminar al que nada apoya,

necesita doblar la primera esquina

esperar que la pesadilla desaparezca

como no suelen hacerlo las buenas,

abrigarse con su sombra

despeinarse con su aliento

rodearse con su cuerpo

abandonarse a la esperanza,

 

no, no lo consigue,

lo han cercado

no le dejan vivir

en su construcción de subsistencia,

son la brutalidad

el escenario rancio

la esfera quemada

el vino, el puro

la fetidez de lo eterno…

 

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