Dijéramos al levantarnos, entre la neblina naranja de nuestros párpados entreabiertos, que el antojo antojado antes de acostarnos, nos repitió toda la noche, y el sueño confuso de los episodios inconclusos del día anterior nos aterieron en lo profundo. Pero estaríamos mintiendo sin saberlo, pues el frío lo llevábamos dentro, y la duda, el sentido, y la dirección, tampoco nos fueron impuestos. Los ojos nacieron cerrados, los sonidos repiqueteaban lejos, y los olores los arrastraba la brisa. Diríamos mejor, y con más atino, que inventamos la verdad un día que no fue, y todo lo soñamos en una noche de insomnio. Al levantarnos, ahora sin párpados, veríamos un horizonte vertical, en el cielo se dibujarían objetos misteriosos, lenticulares. Nuestra oreja derecha apretada con la tierra, y un grupo de gente llorando por nosotros. Seguiríamos mintiendo, si contásemos como cordones sin atar, las tramas de un destino escrito. Mentiríamos más si contásemos, que la tarde oscureció desplomándose. Al final nos rendimos, sin más, sin lucha, sin consuelo, con lágrimas ajenas, con alas de libélula, con piedras en la garganta. Sonando como un sonajero de lentejas nos acostamos, dormimos, suspiramos. Dijéramos al levantarnos, entre la neblina purpúrea de una pesadilla inconclusa, que el antojo se nos fundió, dispersando la mentira, disolviendo la sombra ambarina, aciaga, de una realidad simple, atolondrada, a la vez que inconclusa…