Hace unos días un buen amigo, él sabe quién es, me dijo: cada día eres más rojo. Hasta ese momento no lo había advertido, creía que me mantenía en mis ideales de siempre. Los principales: la justicia social, cada niño debe tener las mismas posibilidades de desarrollar sus capacidades; cada persona con un problema de salud debe ser atendida como merece cualquier ser humano, y no estoy hablando de los españoles, si no de las personas; que cuando a alguien se le arroyan sus derechos tenga la posibilidad de defenderse en un tribunal con la garantía de que porque disponga de menos dinero o contactos no será tratado con injusticia… Puede que pida mucho, y a eso se le llame utopía…
No me gustan los estados que se retroalimentan con un flujo, con una fábrica de políticos provenientes de las cloacas morales de la sociedad, que en un bamboleo continuo se mantienen, usan su fuerza solamente para eso, para que nada cambie, no hay que ir muy lejos, estamos en España, tuvimos cuarenta años de inmovilidad, y ahora otros cuarenta, ya sé que hay cosas que han mejorado, pero son las que nos han dejado cambiar porque a ellos les han convenido, no hay que olvidar que todos somos consumidores y nos necesitan, como cuando se les echa migajas a unos patos apáticos en un estanque con las alas cortadas. Y lo peor son las personas que tienen miedo al avance, a los indolentes, a los que mantienen cualquier régimen, a los que no intentan el cambio, a los que no ven más allá de sus narices, y más atrás de su culo.
Lo he pensado mejor, y creo que sí, soy cada vez más rojo, pero nadie me verá en una lucha violenta, ni nadie me encontrará en un golpe antidemocrático como ha ocurrido en un partido político recientemente en España, soy ante todo respetuoso, me enfadan las posiciones que imponen sus ideas por la fuerza, yo siempre he preferido convencer y cuando no lo he conseguido me he apartado. Con quien tengo que vivir el resto de mi vida es conmigo, y a ese individuo no me gustaría defraudarlo.