Cuando vuelvo a casa me visto de indigente, porque, debe ser, que siempre he creído que es la ropa más cómoda. Este uniforme consiste en una camiseta vieja, unos pantalones tan lavados que si alguien adivinase su color primigenio le pagaría algo, podría plantearme convocar un concurso con su correspondiente premio, aunque no resultase tan difícil después de que yo diese esta pista, en una fotografía del salón de hace diez años están puestos en el mismo lugar que ahora, me apretaban más, yo he adelgazado, y ellos se han estirado, se encuentran irreconocibles pero son ellos, no miento, por mí también pasaron los años, pero yo me parezco más a ese individuo que sonríe más de lo que suele hacerlo, qué difícil es todo cuando te encadenaste a un instante congelado al que no puedes cambiar, y como no tengo nada mejor que hacer describiré la fotografía, estoy de pie sobre un macetero de hormigón vacío, mis pies están pisando su pequeña porción de tierra, detrás la empresa en la que trabajaba, en la mano el billete premiado de la primitiva, setenta millones de euros, a mi jefe lo había mandado…, no voy a reproducir las palabras, en mi mirada se puede ver un coche, esta casa, un futuro de tranquilidad, fuera madrugones, cómo pasa el tiempo y nos obliga a recapitular, sobre todas las cosas se puede observar la idea de libertad pintando mi rostro. Apenas un año después ya me aburría, solo se me ocurrían tonterías, entonces tras un comentario de alguien cercano y pedir varias opiniones compré la empresa en la que había trabajado pues es de lo único que sé algo, dejé de gerente al que fue mi jefe, adquirí unos terrenos y amplié por tres las instalaciones, diversifiqué la producción, muchas piezas que antes comprábamos las comenzamos a fabricar nosotros, solicité créditos que me fueron concedidos como los deseos de la lámpara maravillosa, invertí en varios mercados financieros, debía mover el dinero porque sino se anquilosa y pierde valor como todos los expertos en economía se encargaban de aconsejarme. Pareció ir bien pero no debía ser así, no lo vi venir, al menos con esa gravedad, crujió lo que hoy me parece ya un espejismo, se cayó mi pequeño imperio como piezas de dominó recorriendo un pasillo, contemplé su derrumbe subido a un taburete. Sucedió rápidamente, sin embargo se me hizo muy largo. De esa época me quedan esta casa que pronto tendré que vender, las fotografías, estos pantalones, y poco más.
En otra fotografía estoy con Marta cinco años antes de que me tocase la lotería, no sonrío, más bien estoy con mi rictus serio e inexpresivo, ganábamos poco, para los gastos, no podíamos irnos de vacaciones, estamos en la puerta de una heladería, cada uno con su cucurucho, nos hizo la fotografía el camarero, se lo pidió ella, no sé todavía el porqué, un mes después me dejó, decía que me quejaba por todo, que no disfrutaba de la vida, que pensaba solamente en el dinero, y claro yo le decía en qué iba a pensar, en lo que no tenemos.
Hay una tercera fotografía reseñable, somos un grupo, me han dejado el centro para mí, estamos de viaje en Ibiza, detrás la que dicen la puesta de sol más explosiva de la tierra, no la disfruté. Ni sonrío ni parezco serio, Marta está en el grupo, no muy lejos de mí, somos veinte personas, se llamaban amigos, las facturas las pagaba yo, claro, en ese momento no lo aprecié, pero son una familia alquilada, una prótesis, nunca me he sentido más solo que cuando llegaba a la habitación del hotel y me colocaba estos pantalones y cualquier camiseta vieja, me sentaba vestido de indigente en la terraza, observaba el cielo ciego mientras respiraba profundamente para vencer la ansiedad. La fotografía es de hace apenas siete meses.
He aprendido a base de golpes pero paradójicamente no sabría actuar de otro modo, y eso me desorienta, no sabría reconocer un norte aunque lo tuviese plantado delante de las narices. Existe otra fotografía, de la que en principio no iba a hablar, yo era un niño que se sienta en las rodillas de su padre, y mi madre de pie me coge la mano izquierda, los tres miramos algo lejano, sonrío con todo el cuerpo, soy feliz incluso hoy cuando la miro. No están, me enseñaron a base de abrazos y cosas, no les echo en cara que me dejasen en la vida sin saber afrontarla con valentía, no supieron hacerlo de otro modo, les recrimino que se fueran, porque faltan la mano de mi madre y las rodillas de mi padre para que yo todavía fuese una persona completa.
Lo único que nunca me ha abandonado es mi particular forma de fundirme con la soledad, llego a casa, me visto de indigente, me sumo en la contemplación, observo al segundero avanzar durante horas, y sigo fundiéndome con el tiempo hasta que por fin un día lo consiga.