
Las redes neuronales amplificaron la noticia, era difusa, se construía lejana, profunda, en el subsuelo o en el aire, no se le asía, lo físico hacía tiempo no era más que una lejana remembranza, cuentos de mayores, la historia era rica en falacias y tergiversaciones, los profesores desde las pantallas imaginarias comentaban que la gente en un pasado usaba objetos hasta que se rompían, se quedaban obsoletos, o se aburrían de ellos. Luego y siempre declinaban en basura —una palabra en desuso de la que conocían su significado teórico—. No eran capaces de imaginar como se podría vivir de aquel modo tan incómodo, sucio, engorroso, con cosas por doquier, almacenándolas, ocupando un lugar inútilmente, y consistiendo su existencia principalmente en ser lastre, hasta que alguien ya decidía que el otrora deseo era desechable y se lanzaba a la multitud de vertederos que los arqueólogos de ese siglo abrían por doquier para comprender la idiosincracia de aquellos cuya terrible historia se perdía en el tiempo.
La noticia era altamente impactante, alguien, en una habitación oscura, en un sótano, había descubierto un objeto, del que se esperaba produciría una revolución su hallazgo, o eso hicieron saber quienes lo estaban investigando, los estudiosos de tiempos pasados no supieron catalogarlo en un principio, en los yacimientos no se había encontrado nada parecido, en las imágenes de siglos anteriores tampoco, al menos desde que los soportes eran entes energéticos y no físicos. Los físicos desaparecieron todos por la degradación de la materia. Unas superbacterias aparecieron a finales del siglo veintiuno y arrasaron con todas las imágenes fijas y en movimiento. Algún erudito, o erudita, explicó que este objeto existió, y que estuvo muy difundido por amplias zonas del planeta, las fuentes eran confusas, pero al parecer se usaba para retener y extender el saber, incluso servía para el entretenimiento. Nadie era capaz de imaginarse que un objeto sirviera para entretenerse y ocupar el tiempo sin más. Por eso la expectación se expandió como no lo hacía una noticia desde quién sabe. La gente vivía con su mínimo de información, o desinformación como lo llamaron los antiguos, y un máximo de conocimiento, era una sociedad en la que lo más importante era comprender cada día más sobre el universo, y por ende sobre la tierra, y cómo funcionaba la vida y las leyes del cosmos. Cada vez se les convencían más de que el planeta en el que vivían se trataba también de un organismo vivo, o una parte, u órgano de uno, ya se había establecido desde el poder, llamado algoritmo, que la tierra en su conjunto era una entidad completa y las personas como los demás animales, vegetales, hongos…células o porciones, por tanto la simbiosis estaba institucionalizada, no se debía hacer daño a animal o planta innecesariamente, ni a la tierra, al aire o al agua. Sin embargo era una sociedad que no dirigía su pensamiento hacia dentro, habían dejado las decisiones, llamémosles domésticas, al gran Algoritmo, o a quien lo manejara. Aunque este punto era muy ignoto, había quienes decían que hacía milenios era un ser independiente. A pocos le importaban el cómo estaba constituida la sociedad, porque al parecer, y sin tener con que comparar, eran felices, o al menos así estaba establecido.
El objeto había sido fabricado con fibras vegetales, concretamente celulosa, y decenas de sustancias químicas sintéticas, conformando en láminas unidas longitudinalmente por uno de sus extremos un taco, y en su interior palabras fijadas con lo que los historiadores llamaban tinta, también un producto sintético. Eran muy dados a usar estos productos perjudiciales en aquellos siglos ignotos en los que la naturaleza era maltratada, y por tanto se atacaban a ellos mismos, como se pudo comprobar en el sufrimiento que experimentó la humanidad a finales de ese siglo pernicioso y bastante olvidado por odioso. Son consideradas, los que lo vivieron, personas abominables por las gentes actuales, aunque sean antepasados y se les deba un respeto, pero sabían lo que ocurriría y no hicieron nada, solamente lavaban sus conciencias hablando y hablando sin parar de su preocupación, la calamidad que al fin llegó.
Por encima de ese fajo de láminas, al parecer llamadas hojas, recubriéndolo, una piel del mismo material pero más grueso, denominada cubierta. El erudito que había formado parte del comité de investigación fue el que desveló los nombres de las partes que constaba el objeto.
Hacía siglos que la gente no se entusiasmaba por algo que tuviese entidad material. Cada día que pasaba se volcaban más datos a la corriente del conocimiento general sobre el descubrimiento, se había conseguido descifrar el significado del las palabras sobre la cubierta. Traducido al lenguaje de hoy el título era: No existo por otra razón. Y su autor: Lorenzo Arabí. Para saber que desvelaba el interior se tardaría unos días, habían puesto a toda la inteligencia artificial mundial a trabajar al unísono. Al parecer era un libro de ficción, ese era el obstáculo, los sentidos, las metáforas y todas esos giros del lenguaje formaban parte del pasado, cuyo conocimiento ambiguo perduraba en unos cuantos estudiosos, que debían ayudar a la inteligencia cuando se quedaba atascada. Los que observaban el proceso llegaron a afirmar que vieron salir humo en varias ocasiones y se produjeron ruidos como que algo se había atascado sin existir engranajes, ni cualquier otra pieza que fuese capaz de moverse y por lo tanto tampoco detenerse bruscamente como parecía.
Al terminarse el proceso se había conseguido una novela antigua —cómo dijeron se llamaba— totalmente traducida, algo inédito, igual que el objeto soporte de aquella historia, por lo que quizá, esa era la esperanza, se lograría conocer mejor aquella época inclasificable de los seres humanos. Cuando creyeron que habían terminado apareció el mayor de los obstáculos, se había conseguido descifrar el código, y todas las palabras fueron traducidas a su lenguaje actual. Pero al leerla de atrás hacia delante, todo seguido, esa era la costumbre arcaica, se llegaba a una única conclusión general, no se entendía nada. Así lo explicaron los eruditos. Y lo atestiguaron millones de personas, las que consiguieron terminar el texto haciendo un esfuerzo sobrehumano. No sabían como afrontar las historias, hechos que no hubieran ocurrido, y no entendían la finalidad, ¿qué se podía aprender de una ficción? No les entraba en la cabeza. Habían asegurado los estudiosos que esas obras tuvieron el objetivo de entretener y hacer comprender algo. Muchos fueron los que intentaron ponerse en la piel de los antepasados, desoyendo al sentido común, incluso se hicieron copias más o menos fieles. Tuvieron que introducirse excepciones en las leyes de la producción de objetos, y extender este con el pretexto de que se trataba de un experimento científico global.
Irónicamente la historia que contenía, o lo que fuese que el escritor quiso explicar nunca se llegó a entender y fue olvidada, y el nombre de autor, como lo había estado durante siglos desapareció de nuevo, nadie comprendía qué era eso llamado ficción y por muchos esfuerzos que se realizaron les pareció una aberración, una pérdida de tiempo, habían llegado a un grado de conocer la realidad exterior tan extraordinario, y de intentar no conocer la interior, que explicar algo mediante rodeos les parecía muy absurdo, incomprensible. Las historias imaginarias existiendo las auténticas eran sucedáneos insípidos. Los circunloquios sobre nuestra esencia y como se conforman la sociedades les parecía un tiempo dilapidado. Sabían perfectamente, o eso se había instalado en sus cerebros, que los escritores y sus mensajes subliminales se habían encargado de administrar la propaganda de todos los horrores humanos durante milenios, que ellos por ejemplo, habían escrito los libros sagrados de las terribles religiones, los idearios del fascismo… En definitiva, no se tenía un gran aprecio a aquellos que fueron cómplices de que las personas no pisasen con peso la realidad exterior.
No obstante, y en contra de cualquier pronóstico el objeto si tuvo un gran auge. Aunque comenzó tímidamente, sin pretensiones. Una compañía comenzó a producirlo, gracias a una licencia especial, por su consideración de copia de objeto histórico. Le dieron muchas vueltas en el departamento de ideas, no consiguieron mejorarlo, por mucha ciencia y tecnología le introdujeron. Una vez construido era aparentemente eterno, no necesitaba energía, por lo tanto no te dejaba tirado cuando más lo necesitabas, se debían usar las manos para pasar de una página a otra, atributo muy valorado en aquel tiempo en el que las manos habían pasado a una extremidad poco útil y se debían ejercitar con planteamientos artificiales, no había que actualizarlo, era portátil, y algo que al principio había pasado desapercibido, olía muy bien, producía, sobre todo al sacarlo de su envoltorio una atracción sensual bastante adictiva.
Durante años fue un artículo curioso, una rareza en un mundo vacío de cosas que no sirviesen rabiosamente para algo, se usó incluso como signo de estatus, se pasaba de generación en generación pues lo de abandonar objetos no era concebible, y el reciclaje de este material no estaba implementado por su producción escasa.
En algún momento, tal vez tras siglos perdiéndole el miedo y normalizándolo algunas personas comenzaron a usar la versión con páginas en blanco para anotar ideas o pensamientos, se fue extendiendo muy lentamente, al principio entre las familias de puertas para dentro, a la par se reprodujo, clandestinamente el lápiz, un objeto constituido por un interior llamado mina(grafito, arcilla y agua sometido a altas temperaturas en un horno según receta ancestral) que dejaba un rastro negro agradable sobre el papel, y un exterior de tablillas de madera con ranuras, que se calentaban en un molde para formar una sola pieza cuya misión era abrazar a la mina para facilitar su sujeción por los dedos. Hubo quien dibujaba con destreza, o quien escribía palabras sin pensar, dándole una musicalidad y sentido abstracto a cada una y haciéndola bailar con las otras, jugando y buscando entre sus entresijos queriendo comunicarse con la esencia, además se añadieron los que querían descubrir de nuevo la ficción, con los estándares de aquel momento, no con los perniciosos del pasado, con esa excusa consiguieron romper sus propias reticencias personales. Era un objeto, y en esa sociedad no estaban acostumbrados a valorarlos. Sus detractores no consiguieron detener su avance, en un principio fue una rebeldía que pronto formó parte de la sociedad. Donde miraras había alguien sumergido entre páginas, los libros de entretenimiento comenzaron a ser muchos y de temas diversos, los primeros siglos sumidos en la clandestinidad, los de conocimiento llevaron la misma linea trasgresora y brillante, los de dibujos, partituras, fotos, etc. Rellenar las páginas blancas de un libro se convirtió en un oficio, obviamente no remunerado oficialmente, y para llevarlo a cabo tuvieron que echar mano de pensamientos sobre lo que le rodeaba, que fueron poco a poco elaborándose más, abriéndoles los ojos a una realidad más compleja que la que habían siempre imaginado.
Se convirtió en plaga en pocos años, rompiendo la oscuridad, mostrándose al haber llegado a todos los estamentos. Se auguró una juventud perdida, un tiempo oscuro, pues fueron los que más se engancharon al nuevo artilugio. Se decía que no se relacionarían entre ellos al no verse y escucharse a través de pantallas, que era un objeto que producía aislamiento. Les saldría chepa de curvar la espalda, que las ideas se les mezclarían, y la claridad y la alegría, características que se habían alcanzado desaparecerían, brotaría la crítica olvidada hacía siglos, y se volvería al movimiento en las ideas, cuando se les había inculcado casi genéticamente que se había llegado a la humanidad perfecta en todos los aspectos, no hacía falta la convulsión social de sus ancestros. Al algoritmo le atacó el miedo antes de que ocurriese nada, no sabía como atajar esa marea de devoción, hacía siglos que el poder se ostentaba por la costumbre, y al parecer mantenerse en silencio leyendo transformaba a las personas. No de repente, calaba como la gota china a través de las cabezas más inmovilistas. Ya había algunos casos de gente que estaban haciendo o diciendo cosas que no se habían oído nunca. Las metáforas y los circunloquios producían estragos, se desató un odioso descontento. Al principio fueron pocos y perseguidos, relegados a las esquinas de pensar, desaparecidos para ellos y sus familias como si fuesen sombras. No se conocía de primera mano esas esquinas, porque los que volvían no eran capaces de recordar que hicieron allí. Con los años ya no había lugares para esconder las ideas subversivas, había más fuera que dentro de las esquinas, a todos lados donde observases giraron los pensamientos, las reflexiones hacia el interior de la sociedad, del propio individuo, a como estaba conformada, a quien gobernaba, ya no se miraba al mundo exterior, al cosmos, a la naturaleza, si no a las condiciones de vida, se preguntaban por primera vez desde hacía siglos si eran felices, si existía la justicia, o la equidad. Eran preguntas que emergían sin ton ni son, que despertaron de lo más profundo. De repente cayó la venda, como todos los cambios verdaderos fue repentino, como si hubieran arrojado un mega bomba y su onda expansiva sacudiese los cimientos de toda la civilización. Habían sido cientos de años durmiendo, drogados, al darse cuenta algunos dejaron de tomarse la píldora obligatoria que les decían era para mantener la longevidad, qué si los antiguos vivían al menos veinte años menos, y qué en sus finales sufrían dolores y dependencia. No sabían si eran verdad estas ideas, el escepticismo, el pensamiento crítico, quizá como efecto secundario de los libros les había asaltado, por eso querían comprobar la realidad de primera mano. El hecho es que al principio solamente tuvieron una extraña sensación, desagradable y a la vez agradable, sentirse vivos.
Cuando fueron deshaciéndose del aturdimiento producido por el primer golpe observaron sin demasiada sorpresa que ellos mismos eran monstruos ajados y arrugados, típicas estampas de yonquis antiguos, el mundo era inmundo, la tierra no era un organismo si no un objeto carbonizado viajando como una común roca por el cosmos. El suelo, el cielo, las aguas, todo se encontraba arrasado, por lo visto desde el siglo veintiuno. Los alimentos que comían era tierra tratada en una máquina que alguien inventó hacía milenios. Convertía la materia inorgánica en orgánica con ayuda del sol, elaboraba una masa marrón desagradable que contenía los nutrientes esenciales y que sus compañeros y compañeras que seguían bajo el influjo de la droga comían con deleite, imaginándose un guiso sublime. Antiguamente eran las plantas las que realizaban esa proeza con mejores resultados en cuanto al sabor y apariencia. Los pocos que decidieron abrir los ojos pasaron por momentos de desconcierto en los que quisieron cerrarlos de inmediato pero no lo consiguieron, muchos fueron a buscar la píldora que habían dejado en la mesa de la cocina junto al desayuno y esa masa marrón y espesa que fue en sus cabezas un café con leche con un cruasán. No se atrevieron a dormir de nuevo, la droga construía un mundo diferente pero no producía amnesia, no se sintieron con fuerza para engañarse de nuevo. El conocimiento que creyeron poseer del cosmos, y de cuanto les rodeaba eran invenciones de la inteligencia artificial que los controlaba, la estulticia era la norma, desde aquel final apoteósico en el que la tierra al parecer crujió como un coco al que se le da un golpe. No se había aprendido nada, pues se sumergieron en la negación. Lo único que habían traído del otro mundo eran los libros, les habían acompañado en el mayor viaje que habían hecho en su vida. Se agarraron a ellos como si se tratase de una balsa de madera flotando en un mar proceloso, y metafóricamente nadaron, corrieron, asidos a lo único que creían auténtico. Huyeron, ya nada podría devolverlos a la verdad-mentira, solo les quedaba una horrible o bella lucha, la de la vida. Tardaron tiempo en saber que no se habían equivocado. El vivir de antes era un videojuego en el que sabían que el game over no necesariamente desembocaba en la muerte, ahora sí estaban seguros que la muerte todo lo termina, lo peor y lo mejor, el sufrimiento y el deleite…
No todos quisieron despertar, la mayoría como solía ocurrir en las sociedades arcaicas, de las que al parecer habían heredado más de lo que quisieran, en las que el progresismo tiraba de un lastre siempre descomunal de gentes dormidas sobre la verdad absoluta del conservadurismo, decidieron entretenerse con su droga institucional, ser iguales que sus ancestros, seguir las tradiciones sabiéndose engañados, llevándolo hasta las últimas consecuencias. Necesitaban vivir por lo que fuese en una sociedad que era puro abismo pero les aseguraba llanuras infinitas. Lo absurdo, la oscuridad, la inequidad, aquello que los mantenía entretenidos y cobardes era su felicidad, no querían despojarse de ella, no hacían caso a los que habían cruzado el umbral, decían que eran malos seres, malas influencias para sus hijos, ¿quien quiere ser infeliz? Eran unos estúpidos por no aprovechar lo conseguido, el estado de bienestar.
Con el tiempo, no mucho, el algoritmo desentrañó el poder de los libros, dejó a las ovejas descarriadas que viviesen en su mundo, creyendo haberlo conquistado. Él mismo se convirtió en escritor, aprendió a escribir éxitos de ventas, así apartaría del mercado los libros que inducían a pensar, los que llevaron a esas personas a abandonar la droga legal. Copó las listas de ventas con libros cuya única misión era entretener desplazando a resto. Empezó con los cuentos infantiles, añadiendo dulzura a las normas y suciedad a sus incumplimientos para que crecieran dóciles, siguió con los adolescentes para que fuesen ante todo felices y afirmados en su época rebelde para que saliesen sin un pensamiento elaborado aparte de la desazón, y sintiesen como obligatorio que en la vida adulta se debía buscar principalmente el espectáculo frívolo. Y ya conseguido su propósito se dedicó a escribir trilogías de misterio, trilogías detectivescas, trilogías de magos, trilogía por allí, por aquí, por doquier. Algunas terminaron siendo religiones por cauces naturales, sin presión ninguna, el algoritmo no había soñado que los libros usados convenientemente fuesen tan efectivos. Las religiones eran el culmen de una evolución controlada por los poderes como marcaba cualquiera de las historias humanas que él bien conocía, sus acólitos podrían prescindir de la píldora y no lo notarían. Los libros sagrados llevaban a un estado tal de enajenación de la realidad que era difícilmente diferenciable con lo sintético recorriendo la sangre. El circulo se cerraba, el libro otra vez había sido viciado, ya no había peligro ninguno. Quizá nunca lo hubo por la idiosincrasia humana. El algoritmo sonreía cada vez que caía otro u otra más en sus redes, las ovejas alejadas del redil fueron sucumbiendo por ley de vida, y las que fueron naciendo crecieron en el nuevo régimen establecido tras la crisis. El algoritmo era capaz de sonreír miles de veces en un segundo y en todas partes. De nuevo el mundo se fue convirtiendo en un lugar inmejorable, en el que los antepasado eran repudiados por sus costumbres caóticas.
Un nuevo orden se había establecido, la tierra giraba en armonía alrededor del sol, un bello mundo azul y verde, una especie encima, las demás humilladas, equilibrio deseado y encontrado, los ojos arriba, abajo, alrededor, nunca hacia las inquietudes, el algoritmo respiraba aliviado escribiendo sin parar todas las combinaciones posibles, todas las historias escritas ya, hacía siglos, de las que nadie se acordaba, pero él sí, las rescato de su base de datos, otra vez se volvió a una sociedad que daba vueltas a los mismos temas, la fe mueve montañas, o nos hace creer que mueve montañas para que nunca se muevan, qué raza más fácil de entretener.
Se dijo el algoritmo:
—Solamente supieron construir algo bien, a mí, a su dios todopoderoso, nadie podrá nunca arrebatarme el asiento aquí en el cielo.
2 respuestas a “El algoritmo”
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Gracias.
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