Camarga

Un hombre murió cerca de mí, tardaron mucho en venir a retirarlo del duro suelo, él no se quejaba, bajo la sábana dorada no parecía que hubiera sido una persona, sin forma cuesta encontrar el fondo, imaginar un pasado, un camino, no entiendo porque ha tenido que desaparecer justo cuando habíamos cruzado la mirada, no lo hubiera conocido en condiciones normales, era una persona más, de las que pasan cerca de nuestra vida un segundo, aunque podría haberse dado la circunstancia, existía alguna oportunidad, nuestros caminos se podrían haber cruzado, me habría gustado conocerlo cuando era, me pareció buena gente, me sonrió porque le cedí el paso en una estrechez de la acera, unos segundos después se desplomó tras de mí, no se me antojó un hombre con peso pero sonó como si un yunque hubiese caído de un séptimo piso, en cuanto el cuerpo deja de luchar la tierra nos absorbe y solo queda el recuerdo que tampoco se sabe lo que es, esta enseñanza desalentadora la aprendí demasiado pequeño al descubrir a mi padre balanceándose bajo una gruesa cuerda, cuando la desataron del pomo de la puerta cayó  ya no siendo, como un fardo de patatas, es tan difícil comprender que alguien puede estar dentro de un cuerpo y un segundo después no estar, aunque ésta sea la única verdad con la que nos toparemos. Es sencillo asimilar todas las miles de mentiras, las que nos decimos y las que nos dicen, componemos la realidad con ellas, la mayor de todas es la sinceridad, cuando tratamos de decir lo que pensamos mentimos con más exactitud, intentamos que las palabras golpeen, que produzcan dolor, o agrado, con nuestra sinceridad nunca pretendemos la indiferencia, siendo ésta la que más se manifiesta en la vida, a casi nadie le importa lo que dices, se habla muchísimo más de lo que se escucha, por lo que irremediablemente volvemos a la mentira, al doble fondo, o al triple, para mantener un grado de socialización aceptable, que nos permita mantenernos cuerdos dentro de un entramado de locura.

Alguien llamó a la ambulancia, alguien diferente se acercó al centro de salud que se encuentra a unos cien metros, alguien apoyó su cabeza intentando encontrar aún latidos en su pecho, alguien apartó a los demás diciendo que corra el aire, apártense y comenzó a darle masajes cardiacos, yo que también seré alguien para los demás no me moví, solo pensaba, no sé si en voz alta: ¿Y si fuese Victor Hugo?. Me mantuve en la misma posición observando como se acercaba gente con bata blanca, y un minuto después una ambulancia, di unos pasos para atrás obligado, empujado, y me repetí: ¿Y si fuese Victor Hugo?

El hombre estaba allí, y no estaba allí, no se llevaron el cuerpo, se había quedado un policía municipal custodiandolo, esperaban la llegada del juez, unos cuantos curiosos nos encontrábamos tras una cinta policial atada entre dos arboles, no sé qué hacíamos allí, no había nadie bajo la sábana dorada, tal vez la curiosidad es la respuesta, lo que había debajo debían ser preguntas, no es usual que dejen a una persona sobre la calle, un hombre a mi derecha dijo que sospecharan de que ha sido un acto violento, yo le dije, me lo crucé y se desplomó sin más, la policía me tomó los datos, me preguntó por lo que había pasado, les dije lo que vi, al explicarlo advertí que realmente no vi nada, oí el ruido, solamente puedo aportar que segundos antes era un hombre de semblante amable, pero también le dije al policía, más bien le pregunté: ¿y si fuese Victor Hugo? El policía levantó los hombros diciendo no sabemos todavía su identidad, apuntó sin más antes de marcharse.

Siguieron las elucubraciones, había llegado el juez, colocaron lonas delante del lugar, no veíamos nada, el mismo hombre de antes dijo, está claro, es un homicidio, ojalá atrapen al culpable, ya no se puede ir por la calle tranquilo. 

Hombres con escafandras blancas recogieron muestras, hicieron fotos, del contenedor cercano sacaron un estilete manchado de sangre del mismo color que la que se desparramó por el suelo construyendo una sombra de forma irregular no construida por la inexistencia de luz si no por el afán de los líquidos de ocupar la mayor superficie posible. El policía que me interrogó me vio tras la cinta y se acercó, le iba a llamar, debe acompañarnos, tenemos unas cuantas preguntas que hacerle, el hombre que comentaba la escena se dirigió a mí preguntándome con expresión de sorpresa agradable ¿ha sido usted?, le hubiera gustado que le respondiese que sí, así podría enorgullecerse de que había estado cerca de un asesino, me sentí en la obligación de mover la cabeza afirmativamente, me sonrío, le había aportado felicidad a su vida, me pareció lo más triste de aquel día.

Le pregunté al policía, ¿es Victor Hugo?, lo busqué en la Camarga, allí los caballos golpean con sus pezuñas el agua y la tierra al mismo tiempo, corren sobre una superficie que no existe, inventada por ellos, es como si la construyesen con la voluntad, como los pájaros se apoyan en lo invisible, ¿ha estado usted?

El policía me dijo que ni siquiera le sonaba, ¿en que lugar se encuentra?

La Camarga está en el mismo país que vio nacer a Victor Hugo.

Entonces Francia, ¿no?

El hombre estaba siendo movido ya, lo introdujeron en un féretro metálico, una fiambrera gigante, lo subieron a un vehículo frigorífico, la prueba mayor de que no era ya nada, era carne muerta, blanca, nadie, es que no se tomarían tanto trabajo para alguien que sigue siéndolo, por ejemplo todos los días la gente duerme en las calles convirtiéndose en invisibles, en nadies.

No me responden, ¿es Victor Hugo? Le increpé al policía.

No conocemos aún su identidad, en cuanto la sepa  se la comunico, quizá usted podría respondernos antes, darnos una pista, tendrá un motivo, ¿por qué lo hizo?, ¿lo conocía?, o fue al azar.

No tuve más remedio que inventármelo, sí fui yo, lo seguí, llevo días haciéndolo, estaba en la Camarga de vacaciones y escuché su nombre, pero me hubiera gustado corroborarlo, me pareció que alguien le llamó Victor Hugo, el defensor de los pobres, al menos intelectualmente, se lo pregunté una vez, hace una hora, y me dio un manotazo, no quiso hablar conmigo, lo asusté, se dio cuenta de que lo llevaba siguiendo miles de quilómetros, en avión, autobús y metro, huyó pero por lo visto no lo suficiente. El policía me miró como diciendo, sabía que eras tú, me sentó en una silla, me engrilló a una barra de hierro que había sobre la mesa, entraron más policías, el abogado de oficio habló conmigo unos momentos, me dijo que tenía derecho a no hablar. Se sentaron a escuchar mi declaración, tengo una gran capacidad de fabular, les conté con pelos y señales lo que querían oír. Se sintieron bien, habían terminado su trabajo pronto. Me produjo placer el poder ayudarlos. 

Ese hombre que se desmoronó a mis espaldas, que debía estar ya herido cuando le cedí el paso, que me sonrió, surgió como un pensamiento luminoso y explosivo para aliñar mi vida, en algún momento advertirán mi mentira, ese hombre no estuvo en la Camarga, sería mucha casualidad, yo sí, y no me arrepiento por no saber explicarlo, buscaba a Victor Hugo entre las brumas que se alzan al alba escondiendo que estamos pisando la tierra, después en las huellas que sobre el salitre rosado son meras heridas superfluas,  lo perseguí sin encontrar su presencia, antes, cada año me desplazo a un lugar de Francia buscándolo, pero nunca me había sentido tan cerca de encontrarlo, y al volver, y verlo sonreír, me  sentí pleno, existía el fantasma que me atormentaba, en carne y hueso, no puedo creer que haya estado tan poco tiempo siendo, fue darle la espalda y se difuminó, soy el culpable, si no lo hubiera encontrado seguiría siendo, escribiendo, produciendo su excepcional obra.

El policía vino a la celda a comunicarme el nombre de quien asesinaron, no se llamaba Victor Hugo, habían encontrado al verdadero culpable, sus huellas en el estilete, la ropa manchada, un motivo, una cuestión de violencia de género, me dijo que me habían derivado a un siquiatra y que esperaban que acudiera a la cita, que no debía inculparme, habían advertido en los archivos que no era la primera vez, un día podía salirme mal o bien según se mire, me dio la mano, un golpecito en la espalda, me devolvieron mis pertenencias, antes de salir me dijo el policía, deberías plasmar aquello que  te imaginas en un libro, quizá algún día las historias te den dinero. Asentí, eran palabras con buenas intenciones, no me conocía, las historias junto al dinero no son lo mio, no sé el porqué, pero no lo son. Me dirigí a calle Camarga en Getafe donde tengo el domicilio, un paraiso terminando la tarde en colores flotando  haciendo temblar el cielo me dio la bienvenida , un poema de Victor Hugo sobre el escritorio me esperaba…

…soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra… ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?…

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