Reflexión sobre el lenguaje inclusivo.

Que no se me entienda mal, siempre he pensado que la lengua que se enseña en la escuela, es una lengua muerta que se parece en ciertos aspectos a la lengua viva con la que hablamos, pero es lo suficientemente diferente como para que se produzcan desajustes mentales, lastres inmovilistas, incluso violencias en su nombre, y no nos demos cuenta, porque vivimos desde que nos enseñaron a juntar las letras en un mundo imaginario, su mundo imaginario, al final parece que es de todos. Dejando aparte pronunciaciones, yo soy almeriense, y si analizo mi forma de hablar y mi forma de escribir, o de leer, por separado, es apreciable que son dos idiomas diferentes que mi mente traduce con extremada naturalidad, no así los demás que me escuchan, que algunas veces no hacen siquiera el esfuerzo y asienten con la cabeza por no preguntar que es lo que estoy diciendo. El lenguaje académico que como su propio nombre indica está dirigido por la academia, aquel lugar de rancio abolengo en el que se encargan de que el lenguaje cambie lo menos posible, como mucho introducen palabras en su diccionario, a veces cuando estas ya han caído en el desuso más abismal, pero ahí las guardan con la naftalina que les dará mucho esplendor. Aún así pienso que la academias han cambiado, comenzaron como dictatoriales lugares que pretendían que el burgo, y todas las demás personas hablaran igual, escribieran y leyeran y se entendieran entre ellos con un lenguaje dirigido por el poder, siempre masculino, por lo tanto entendieran solamente unas cosas y no otras. Hoy ya no necesitan esa violencia que da esconderse en grandes palacios y mirar por encima del hombro porque la hemos somatizado, los mortales ya encontramos que deben existir de esta forma y no de otra con gran naturalidad, nos vamos a sus diccionarios para saber como debemos hablar, como debemos escribir, como debemos sentirnos, como debemos nombrar a los demás… Si nos inventamos una palabra, o la usamos con nuestros amigos, porque queremos mover el lenguaje para que sea más inclusivo, todos los prohombres se soliviantan, no digo promujeres porque no existe esa palabras entre las páginas del diccionario y me la darían por mala, y porque hoy son solamente ocho de las once que han sido en los más de trescientos años desde su fundación y no les ha dado tiempo o están impregnadas del lenguaje masculino y no han querido, o no han podido, introducir o cambiar algunos vocablos, o al menos darlos por aceptables. No quieren, las academias, se revuelven cuando escuchan el lenguaje inclusivo, que hoy por hoy no es más que un experimento, y que sin duda debe mejorarse, pero sin el ensayo y el error, sin ir probando nuevas formas no se puede mover esta roca del lenguaje masculino que ha ido engordando durante milenios. 

En fin, he comenzado diciendo no se me entienda mal, porque aunque me parezca que la academia es un ente que se dedica a guardar y documentar fósiles, y que además su principal cometido es lastrar el movimiento febril de las palabras y por tanto del pensamiento, pienso también que es necesaria para confrontar con ella y no evadirse en lo que nos pide el cuerpo, en inventar lenguajes y palabras antes incluso que el objeto y la necesidad, entonces viviríamos en un intentar mejorar constante y nos daríamos muchos batacazos innecesarios, necesitamos su tutela para hablar como dios manda dejándonos, eso sí, nuestro pequeño atisbo de rebeldía. No se me entienda mal, las academias existen y existirán, se necesitan y se necesitaran, como los poderes de cualquier tipo, al parecer necesitamos organización, pero también se precisa lucha, empuje, imaginación, pues si fuera por los de arriba, y los convencidos de abajo, el mundo no sería mejorable.

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