la soledad es uno de los infinitos con orzuelos
repleta de suspiros que serán intentos de sinos,
emerge a eso de la madrugada en la desvelada cortina
bamboleándose, dándole voz al viento que empuja
explicándote parábolas e inquietudes a veces nada
a veces todo, y se abalanza como una montaña de pecina
sobre la bulliciosa cama, en la huraña cama,
la inseguridad de la noche te quiere a su lado
romper juntos el techo de aerolitos de espejo
que la están ahogando, para permanecer juntos
agitándoos entre desvelos y montañas de sueño
hasta la disolución paulatina entre vuestra némesis,
la luz rotunda de la mañana cuando caéis a la sima,
aquello que se nombra como realidad y os confunde
quedaros vacíos hasta que ese sol que os separó
se hunda en las entrañas del agua para extinguirse
cual rescoldo, acurrucada te esperará con los ojos abiertos
la noche pegada a su soledad y tú pegado a tu destino,
su inexpresividad cargada de sombras te alimentará la imaginación
cerrar los ojos es abandonarla, dormir descansar de su compañía.
Terrible disyuntiva
dejarla sola pesa en la conciencia
tanto como el día después haberla acompañado.