La oxidación de la tarde reduce la melancolía. Reacciones instantáneas, expresiones, grietas en la frente.
Se acurrucó bajo el telón bajado del crepúsculo, y ahí quedó durmiendo, hasta un nuevo día. Era una niña coqueta, un poco traviesa, saltarina, a la que gustaba jugar sin tregua, pisaba uno tras otro cada charco que obstruía su camino. Despertó, las legañas, y la niebla nívea, no la dejaron ver el sol. El paño suave que cubre los sueños, filtraba todavía las imágenes aquella mañana. Mañana qué no iba a ser dulce. Levantó la niebla, subiendo la ladera suavemente, como un hada recogiendo su túnica de seda. Desiertos de piedra, volcanes escupiendo, sonaba el viento entre los recovecos de cuevas profundas. Su padre se acerca, su madre mira, golpes que duelen menos por ser esperados, miedo ya perdido como lo hizo la esperanza. La madre calienta la leche, que se agría esperando labios. El Sol Levantó el telón, el escenario transparente, ninguna sombra se interpone entre esa niña y la mía, lloraría si no fuera por la prisa que me entra por olvidar.
Todo esto pasó ayer, hoy volverá a pasar, y mañana otra vez. Las rocas pintan colores ocres sobre la sábana negra de la noche, la luna tiene la culpa, le gusta iluminar lo oscuro. Alguien tendrá que parar el bucle, la niña no puede romper la mano cobarde, el pensamiento mezquino, la carne mercadeada. Todos seremos culpables, cuando esta niña haya crecido, y mire sin ver la repetición de su historia.