Nadie gritó muera la imaginación, no hizo falta.
Seguir con lo tuyo, pasar, alejarse de los demás, estás solo desde siempre, nada acalla aquella voz, esa voz que te muerde, los sistemas se hicieron en la misma época y con los mismos moldes que los corsés, las jaulas, las prótesis, los tutores, las costillas que confinan a los pulmones a un volumen concreto y definido…
Nadie te dijo compórtate como un ser unicelular perteneciente a un tejido que te impondrá tu quehacer diario.
Existen tantas cosas que nadie nos dijo, y que luego no se las diremos a nuestros hijos.
Como levantarse extenuados ya, creer saber antes de que ocurra que día nos espera, conocer, por ejemplo, que haremos el 25 de diciembre, dar vueltas en el tiovivo de los años, que tiene apuntados como se llamaran los días del próximo, y el siguiente, y el siguiente…
Como no intentarlo por miedo.
Como colocar la edad como punto central de lo que se puede y lo que no.
Como acoplarnos al sistema sin protestar más de lo estrictamente necesario y obligatorio.
Como competir con otros seres igual de frágiles que nosotros, con la fecha de caducidad ya colocada, con los miedos y anhelos en el mismo lugar, tan parecidos que si fuese necesario los golpearíamos como harían ellos con nosotros, sangraríamos por el mismo lugar, la misma cantidad de sangre.
Y entre lo que no existe y nadie pudo decirnos el porqué se esconde, está todo lo que podríamos imaginarnos.
Como la voz única e intransferible que calla por miedo a desentonar.
Como el siguiente paso que nos llevaría por un camino sin hacer pero apoyamos en uno ya hecho.
Como el niño que de pequeño sentía hasta la más tenue brisa, como una oportunidad para hinchar las velas de un barco fletado en su habitación, y que duerme en algún lugar olvidándose que existió.
Me reitero: Nadie gritó muera la imaginación, no hizo falta.