Soy una persona feliz sin proponérmelo. Me he granjeado el sobrenombre de tonto por ello. Me gusta mucho sentarme en el bordillo de la acera y dejar que los demás corran por la calle. No me siento para juzgarlos, al contrario, son ellos los que me miran con ojos preguntones. Lo hago para escuchar la luz. La calle está orientada hacia la salida del sol. Es una línea, para mí perfecta, que viene desde el infinito este y se va hacia el infinito oeste. Nunca la recorrí entera por eso no puedo asegurar que finalice o empiece en algún lugar.
Un día fui deseado, mis padres me buscaron, y se alegraron de mi llegada. Desde todos los lugares, mi extensa familia fue llegando y pasando por la sala de estar de mi casa. Desde un moisés yo los esperaba con mi cara sonrosada. Les gusté. Hicieron una fiesta grande el día de mi bautizo. No faltó de nada, ni siquiera un gran baile al son de una orquesta de cinco miembros, yo contemplaba la algarabía, ese ruido que a mí siempre me ha parecido anaranjado, el sonido de las risas y las voces altas. Mis abuelos competían a las anécdotas, a ver cuál era más exagerada, quien de los dos había hinchado más la realidad, si la hubo. Nadie aún se había percatado de mi afasia. Todos daban la enhorabuena a mis padres por la suerte que habían tenido. Era un niño muy bueno. Ni siquiera protestaba, y menos lloraba. Me conformaba con todo. Cuando me querían dar de comer
comía. Cuando ellos decidían cambiarme los pañales lo
hacían. Yo los esperaba en silencio y con los ojos abiertos.
El silencio es azul, igual que la soledad.
El bordillo está situado mirando hacia el sur, es decir ,
en la acera norte. El sol recorre la calle como una manada de
búfalos resoplando. La luz suena a viento, desde la brisa que
viene de la luna, hasta la respiración de un animal corpulento
que es un amanecer de abril, o el soplido de una locomotora
de carbón que es la luz del mediodía de finales de junio,
también puedo escuchar un viento que a mí se me antoja
recorriendo un desierto y jugando con los granos de arena
que incluso he sentido golpear sobre mis mejillas. Sentado
en el bordillo he escuchado todos los estados de la luz y su
inseparable sombra.
A veces la gente se acerca y mira como buscando en
el suelo, cerca de mí, algo, vienen con la mano hacia delante
llevando unas monedas, se van desconcertadas porque yo no
adelanto mi brazo para recoger eso que a su generosidad le
sobra. Les sienta muy mal.
Cuando mis padres salen por la mañana a trabajar, a
veces, ya estoy sentado en el bordillo. No me hablan desde
la puerta de casa, saben que no les voy a responder, y no
sabrían si les he comprendido. Se acercan. Mi padre me
pone la mano en el hombro y aprieta hasta hundir sus dedos
en mi piel esperando a que yo salte y lo asuste gratamente,
a mí también me gustaría sobresaltarlo y reírnos un rato. No
sé lo que es una carcajada aunque como ya he dicho soy
una persona extremadamente alegre. Mi madre se sienta,
siempre lo hace, a mi lado, y me da un abrazo, es una
persona risueña y graciosa, con un punto de melancolía que
la convierte en entrañable. Yo también la abrazo, coloco los
brazos sobre sus hombros, alrededor del cuello, junto mis manos, pero no consigo apretarla hacia mí, mi cuerpo no
obedece, ella sí enlentece mi respiración y siento su corazón
golpearme desde el otro lado. Se despiden diciéndome: en
la casa está tu abuela, no te alejes. Saben que no me moveré
hasta que alguien me recoja, casi todas las veces mi abuela
por parte de madre me agarra del brazo, y sin demasiada
fuerza tira de mí hacia arriba, yo la obedezco, debe ser la
hora de comer. Más tarde vuelvo y me siento sin ayuda. Por
algún absurdo motivo mi cuerpo solamente me obedece para
venir a sentarme.
A veces me gustaría caminar detrás de alguien, imitar
sus movimientos febriles, o los renqueantes, los pasos
marciales, o los vacilantes, cualquiera me serviría. Seguirlo
calle adelante, hasta otro lugar. Una playa, un desierto, una
montaña nevada, un bosque, un río, una ciudad de rascacielos,
la tundra. Donde los leones cazan cebras, o donde un pájaro
carpintero taladra un tronco, aquel sitio donde se juega al
fútbol, los coches compiten, o la luna se refleja sobre un
lago. No sabría cómo actuar fuera de mi bordillo. Mi padre
siempre dijo imita, cuando no sepas que hacer mira a tu
alrededor y sigue la pauta. Mi madre en cambio dijo sigue
tus instintos, no pienses, actúa sobre la marcha, y no tengas
miedo al ridículo. Les gustan mucho los consejos. Me los
dan según ven la expresión de mis ojos, en ellos debe quedar
un pequeño músculo que sí obedece a mis sentimientos sin
embargo no a mi pensamiento.
Fragmento del cuento que da nombre al libro.
