Fuerza sencilla, como la primera vez
que se apostó a pasear la cuerda,
frágil y llena, balanceándose
a mil metros de altura,
como la luz de su perfección
faro y escollo, duplicándose
en todo lo que comenzó,
y entonces yo riendo
amando, escondiéndome
subiendo, opinando
estando, sintiéndome
entre la soga floja
y el muro inviolable,
como un malhechor que ayuda
al débil a saltarse las reglas
como el ser más misericordioso
lanzando piedras a las fieras.